14 marzo, 2018

Labirinto - Flor



I try to forget
I'll never see your eyes again

I can't recollect
I'll never see your eyes again

What hurts me most
I'll never see your eyes again

(Piano Song - Erasure 1988)


En un sueño de infancia Caín vio el rostro de quién creyó que para siempre lo acompañaría, por el resto de su vida. Evidentemente de ese rostro hoy solo queda su nombre: Flor.

"¿Cuál es tu nombre?
preguntó casi sin aliento por la impresión.
'Flor', dijo con una limpia sonrisa.

Por entre su largo y negro pelo, recogió el destello de su rostro,
que entonces brilló como una llena luna en la penumbra".

Cuando Caín supo de su existencia era otoño. Odiaba a toda su enorme familia que había sido traída por un gran furgón desde el sur. Él se sentía con la absurda idea que el frío territorio que estaban pisando le pertenecía sui juris; "etno-conflictos" que no fueron suficientes porque Caín, siempre ha amado lo que odia.

Lo que todos sabemos: una sonrisa lleva una pregunta y las conversaciones se transformaron en una alegoría constante. Esa alegría que parece imaginariamente interminable, palabras que Caín descubriría 23 años después…

Los primeros acercamientos entre ellos estuvieron en largos espacios de tiempo y lugar. Las mismas bellas sonrisas que acompañaron diálogos que el olvido se encargó de hacer desaparecer, mientras el entorno se desvanecía en esta magia de miradas correspondidas y que hacían de esta coincidencia una complicidad. Ellos eran vecinos, y su baile se extendía desde la mañana hasta la puesta de sol que era cuando ella le entregaba, casi diariamente, un Kinder Sorpresa. Caín, que había aprendido bricolage con su padre, instaló repisas en todas las paredes de su pieza, así cada figura quedaba perfectamente alineada junto a su antecesora a la vista orgullosa de su ahora observador... de esas pequeñas piezas unidas que significaban tanto más que su valor de cambio y su acumulación.

Las rutinas rituales hicieron que ellos fueran muy felices y muy unidos. Paleteos eternos en la mesa de ping-pong cuando él la visitaba; horas de televisión, leche y galletas con chips de chocolate cuando ella lo visitaba.

Cuando se despedían se 'telefoneaban' y disfrutaban sus largas conversaciones que siempre terminaban con el susurro de ella cantando “You are not alone... I am here with you, though we're far apart, You're always in my heart…”, seguido de un largo buenas noches, que descanses y seguimos mañana. "Nadie en estas circunstancias duerme pensando en mañana" pensaba Caín acostado en su cama mirando el techo y afirmando con las dos manos, su corazón.

"Acompáñame...", le telefoneó ella un día para salir en una aventura. Se tomaron de la mano para correr cruzando la calle desafiando a la vida. Cuando llegaron a salvo a la orilla, se miraron con la complicidad del silencio que dice “te quiero”, algo que jamás se pronunciaron al oído.

Cierto día de invierno Flor y su rostro de luna, reflejaron una luz distinta. Con dolor le comunicó a Caín que por una razón justa –que él ya conocía– debía dejar esta ciudad y volver al sur. Cosa que supongo, se quedó incrustada en el espectro de colores que él había construido y que por el futuro, y entonces ahora, serían grises.

Las complicaciones de Caín lo llevaron a construir con desesperación un perfecto plano de como llegar desde aquí hasta allá, cuando ella estuviese lejos… Flor, lo recibiría con esa sonrisa que se provocaba cuando ambos estaban juntos.

Cuando fue primavera Flor tomó su maleta y se fue.
Caín entonces, se tatuó el brazo y se suicidó por primera vez.


(De la serie de cuentos Labirinto: adaptaciones de la infancia. Altamira, 2018).

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